Tiempos de cuarentena.

Debo reconocer que en pleno ejercicio de esta impredecible cuarentena me devora una ardiente curiosidad, saber si verdaderamente, esto que estamos viviendo es una insondable pandemia verídica y autentica, o es un invento de las clases poderosas, con quien sabe qué propósito. La teoría de la conspiración tiene sus adeptos y estos hacen bien su trabajo de rumorología.

También yo mismo experimento la impresión que produce la inmensidad de lo desconocido, pues no se viven pandemias a cada momento y las que tenemos registradas en nuestra mente, nos parecen más bien una referencia nebulosa que para muchos de nosotros tiene que ver más bien con ciencia ficción.

Y tratando de dulcificar los rigores de la cuarentena uno trata de encontrar utilidad a los largos días de asueto obligado. Por ejemplo, el ordenamiento de ese closet tantas veces postergado por una rutina sutilmente esclavizante. Confesaré que en estos días me apliqué a ordenar un cuarto de mi casa que tenía olvidado como presidente de la 4T a algunos empresarios neoliberales.

Querido y dilecto lector, sobre la marcha estamos aprendiendo que estos tiempos de ocio, emergidos de los requerimientos sanitarios tienen una utilidad soberbia y sustancialmente doméstica. El domingo pasado tuve un grato y vergonzoso reencuentro con mucha de mi ropa que no sé en que momento abandoné como vil aeropuerto de Texcoco. Toda una inversión ya hecha sin utilidad alguna, pues prácticamente con el hallazgo me di cuenta que todos me quedaban a la perfección.

Me consolaba la peregrina y estimulante idea de que los había abandonado en un triste pretérito por ya no ajustarse a mi entonces voluminosa cintura. Mi cuerpo les dio la más cordial bienvenida y simplemente como novios que se aman sin condición se volvieron a dar una incuestionada segunda oportunidad.

En las vueltas que tengo que hacer, encuentro con cierto dejo de nostalgia esos extraños rayos que el sol abandona a veces por las calles no siempre desiertas de nuestra ciudad.

Creo que muchos de nosotros, por tantos días en casa vamos a deplorar nuestra ignorancia para saber cómo emplear el tiempo; si no nos programamos para la tolerancia es probable que nos acusaremos de ligerezas y podremos chocar con la idea de que para un ser que ama, el empleo del tiempo del amado no es la fuente de todas las alegrías. Será el tiempo ideal para revisar su amor y examinar sus imperfecciones.

En tiempos normales, todos sabíamos, conscientemente o no, que no hay amor que no se pueda superar, por lo tanto, aceptábamos, con más o menos tranquilidad, que el nuestro era mediocre.

Aterricemos en nuestra inteligencia que excepcionalmente el único medio de escapar a estas “vacaciones”, eventualmente insoportables, es el hacer funcionar de nuevo los trenes de la imaginación y de llenar las horas de convivencia con mucha tolerancia y con obstinados silencios ante los roses que no se darían en tiempos normales.

En estos extremos de aislamiento y sana distancia, nadie podrá esperar la ayuda habitual del vecino y cada uno deberá aprender a quedarse solo con su preocupación.

Me doy cuenta que muchos de nosotros pensamos en el coronavirus, solo en la medida en que damos a dicha pandemia una cercanía peligrosa de ser mortal. Y en el corazón mismo de la epidemia una instrucción saludable de sana distancia que por nuestra naturaleza latina podemos confundir con sangre fría.

En la economía el horizonte inmediato se vislumbra con oscuros nubarrones y como un espeso silencio. A pesar de estos espectáculos desacostumbrados, muchos de nosotros no acabaos de comprender lo que nos pasa. En la gran mayoría de nosotros existen sentimientos comunes como la separación o el miedo, y se continúa poniendo en primer plano las preocupaciones personales. La mayoría somos ante todo sensibles a lo que fastidia nuestras costumbres o lesiona nuestros intereses.

Estamos frente a lo que un actuario de seguros denominaría accidente, sin duda molesto, pero temporal. Este concepto debe alentarnos para sobrellevar con estoicismo y, si es posible, con alegría este encierro.

Otra arista de esta pandemia es el espíritu de linchamiento que a veces surge en redes sociales en aquellos quienes están rebosantes de esa salud insolente y atolondrada que da la ociosidad, como si el Covid 19 solo afectará a los otros y nunca a “nosotros”, llevando con cierta soberbia el conteo de los infectados con un ánimo dual entre repugnancia y piedad, hasta que no nos llegue a nosotros el multimentado coronavirus.

Como mexicanos vivimos un tropel de revueltas ideas entre las cuales no podemos diferenciar las mañaneras, los desplantes del presidente, la paridad del dólar, la cantidad de contaminados por el Covid 19 y la pandemia en general del mismo coronavirus.

Una pandemia en la que el Covid 19 es el reto de la vida contra la muerte; y los memes que ello propician es la respuesta de la alegría al dolor y al temor y que nos lleva a estar entre el arrebato místico y el ansia de vivir, que nos hace ver a los hombres como son y no como debieran ser.

El tiempo hablará.

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