Tierra, ¿de quién?

Karen Torres

Mi querido y dilecto lector, la autora de la presente columna se llama Karen Torres Castillo, estudiante de Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey, campus Guadalajara, originaria de nuestro querido Matamoros. Cuenta ella con un ferviente anhelo por expresarse. Si queremos un mejor futuro no cerremos los espacios cuando haya sangre joven queriendo opinar. Podrás o no estar de acuerdo con ella, pero me es imposible negarle el espacio para que la efervescencia de su juventud se exprese épicamente.

Latinoamérica es una región caracterizada por ser un caldero étnico, una gran zona que alberga diferentes culturas que han mantenido sus costumbres, tanto en los sectores rurales como urbanos. La población indígena es un importante componente del legado histórico, pero también una parte de la población que habita en un marco de dignidad, protección y defensa del medio ambiente y los recursos que han particularizado a cada país. Son parte de la población y además participan de la ciudadanía activa con prácticas que sostienen parte de la economía y del patrimonio regional; con una vida que abraza la diversidad y muestra la posibilidad de otra realidad. Con la expansión del desarrollo urbano y las economías es imperativo que el crecimiento se dé con responsabilidad y respeto de estos espacios que no únicamente por costumbre se han cuidado, sino que sostienen el equilibrio ambiental y social. La defensa del territorio es una problemática a la que nos enfrentamos, que se torna compleja al ponderar los intereses de cada una de las partes pero que adquiere aún más un interés común cuando representa violaciones a los derechos humanos.

La materialización de la inconformidad con las protestas se da a través de la criminalización en el discurso y la agresión física y emocional, que va desde la amenaza, hasta la persecución, enjuiciamiento indebido y asesinatos selectivos; en estos actos, países como México, Guatemala, Colombia, Perú, Honduras, Paraguay y Chile presentan altos índices, así como Latinoamérica mantiene el primer lugar en asesinatos por defensa de tierra y territorio. Son comúnmente perpetrados por agentes privados en complicidad con entes gubernamentales, por lo que representan un fuerte trasfondo económico. Su prioridad sobre el respeto y la comunidad vuelve al interés tan frágil que resulta sencilla la violencia como una forma de represión y evasión de las legítimas oposiciones a la invasión, por el cuidado y permanencia de la tierra con todos sus componentes e implicaciones.

El confrontamiento de intereses no debe de ninguna forma merecer la violencia como respuesta, se requiere de una cultura de paz y negociación en el conflicto, con un pleno respeto por los intereses, pero también por el bienestar general; es una obligación consultar a los grupos de interés en las decisiones que conciernen al uso del suelo que habitan y protegen diariamente, así como es necesario evaluar la pertinencia de una construcción o explotación en el área, y contar con alternativas viables o compensaciones justas.

Latinoamérica vista como un gran territorio en el que coexisten diferentes naciones y culturas, por su riqueza de suelo ha sido condenada a motivos de disputa, a una larga historia de saqueo indiscriminado a expensas del bienestar, los costos medioambientales y la sostenibilidad. Cada región dentro de ella en particular se compone de características y recursos diferentes, tiene mecanismos diferentes de consulta y leyes que protegen tanto la naturaleza como la propiedad del suelo y a su población, pero aún comparten el elemento incontenible de la posesión, explotación y beneficio irregular de las propiedades que no han logrado tenerse, que se encuentran en libertad. Ya no es una potencia extranjera el agente irresponsable y represor, sino que ahora se trata de un connacional que pondera sus intereses sin encontrar prioritaria la paz y el respeto por lo ajeno -cuando lo ajeno es una parte del territorio no correspondida, porque su cuidado en las manos adecuadas ha permitido su conservación.

La defensa del territorio es especialmente importante por combinar diferentes focos de atención al hablar de problemáticas en América Latina, como lo son los derechos humanos, el medio ambiente, trabajo y conservación de los pueblos. Organizaciones internacionales, supranacionales y gobiernos extranjeros voltean a ver estos fenómenos y buscan visibilizarlos, no concretamente contra particulares interesados sino para denunciar actos inhumanos que derivan de las disputas y el irrespeto por los espacios trabajados en un marco de sostenibilidad y en pro de la sociedad en común.

La lucha por la tierra y el territorio tiene que ver con la forma en la que se ha estructurado geográficamente la región y las políticas e intereses que han surgido a partir de ella. Su criminalización y represión por todos los medios lleva a considerar que las problemáticas se originan en la rebeldía social, no en una expresión de las verdaderas injusticias impuestas a unos cuantos. No se trata únicamente del elemento moral, sino de lo que es mejor para la mayoría y la legalidad de los procesos; es, además, un impedimento más para el fin de la violencia.

El tiempo hablará.

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