La tía Elsa Astudillo. Historias de Matamoros.

En cualquier época, la partida de grandes personajes atrae la atención de la gente que formó parte de su comunidad, haya sido cercana o lejana. El aroma de su recuerdo gravita en todos los rincones de la ciudad.

Asomarse a la vida de la Señora Elsa Margarita Astudillo Zolezzi es fascinante y cautivador. Como cronista de Matamoros siempre fue un personaje que, me parecía, no solo me atrapaba a mi por su encanto, si no a la mayor parte de la gente que tuvimos la grata oportunidad de conocer su indudable dulzura como persona. Ayer con mi amigo Parga, rindiendo homenaje en nuestro dialogo a nuestra amiga mutua fallecida me decía respecto al axioma de “don de gente” que muy bien se le acomodaba a la tía Elsa.

Me citó la definición que aterrizo para ti sesudo lector: “Las personas que tienen don de gente tienden a ser muy empáticas con el otro, buscan siempre ayudar a los demás y mantener una actitud muy cordial con cualquier persona, son generosos, dulces y suelen ser buenos conversadores porque logran conectar con su interlocutor y mostrarse interesados en lo que dicen”. Esa era la tía Elsa. Tenía el talento invaluable de hacer sentir especial a todas las personas a las que saludaba o con quienes dialogaba.

Nació el 28 de abril de 1937 en Matamoros, Tamaulipas, hija del profesor Pedro Astudillo Mier y Cienfuegos y de la Señora Consuelo Zolezzi Cavazos. Una hermana y tres hermanos: Lucía, Miguel, Carlos y Pedro. Elsa Ingresó a la primaria en 1943 al Colegio Don Bosco, en 1949 aterrizó sus estudios en la Secundaria Juan José de la Garza en la 4 y González; en 1952 emigró a San Antonio, Texas para estudiar el equivalente a su preparatoria y finalmente concluir sus estudios profesionales en el R&M School of Business en la vecina ciudad de Brownsville.

Una mujer tan brillante como la tía Elsa tiene incontable cantidad de historias por narrar en cada uno de los tamaulipecos que la trató. Yo la conocí en un hecho muy doméstico por los años 80s cuando fue la intermediaria para enviar en intercambio a una exnovia mía, a cambio llegó a Matamoros un alemán de nombre Manfred, fue mi primer contacto con la palabra cosmopolita, ella lo era, lo transpiraba y promovía; recuerdo que en aquel entonces la escuche decir: “Hay que hacer de los jóvenes matamorenses ciudadanos del mundo”.

En la prodigiosa habilidad del muy improbable “acaso”, tuvo dos vivencias muy duras, una la pérdida de su hijo Gastón en 1990 a los 30 años de él, y la segunda, la muerte de su esposo. Ambas perdidas inesperadas para ella, una como madre y otra como esposa; tales son esos azares inmensos de la vida, proporcionados a un infinito que no está a nuestro alcance.

Pero la indescriptible amargura de las adversidades vividas no cauterizó su amor por la vida misma ni la amargaron, todo lo contrario, detonó en ella un poder altruista único, excepcional y superlativamente amoroso.

Hay famas que engañan, pero la de la tía Elsa es una que hoy se engrandece con su partida. Mujer sublime que, en vez de hacerse por el lucro, se hizo por el bien de los otros. Y eso la hacía tratar sin pena a las autoridades de los diferentes niveles de gobierno sin importar colores, alcaldes y gobernadores que cuando llegaba a sus oficinas parecía que había llegado un ángel.

Por otro lado, en una ocasión andando en el Vaticano, tuvo un pequeño accidente y se lastimó el hombro derecho. Fue atendida por médicos italianos que le resolvieron el imprevisto. Sus hijos parloteaban con afecto dicho incidente:

-Mamá, no te quisiste caer aquí en la plaza de Matamoros o en la peatonal en la Abasolo, tuviste que ir a caerte hasta allá en el Vaticano, siempre muy internacional hasta en eso.

Querido y dilecto lector, en su convalecencia, balanceándose el frágil cuerpo en el borde de la vida, amenazando a cada instante con caer hacia el otro lado, pero atada a éste por un tenue hilo que la muerte no podía arrebatarnos, ayer en la intimidad de su casa, frente a sus hijas, Dios y la vida determinaron que era ya tiempo para que esta inmensa mujer partiera de entre nosotros y a las 3:03 AM su aliento de vida caducó, con toda la dulce altivez de la muerte aceptada. Nos deja el recuerdo de un ser humano fiable con tendencias altruistas.

Tengo la dicha de tener en mi poder, de su puño y letra, su última frase escrita que la define: “Cuando mi voz calle por la muerte, mi corazón les seguirá hablando”. Hasta ahí la cita. Durante mucho tiempo Matamoros tendrá un gran vacío por la ausencia de la tía Elsa Astudillo. Descanse en paz.

El tiempo hablará.

Esta historia continuará.

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