La Fugacidad de la vida en Matamoros

El saber humano comienza con la certidumbre aterradora que las necesidades de alimento, cobijo y apoyo social no se resuelven solas. Fernando Savater.

Después de cierta edad creo que se asimila mejor la fugacidad desesperante de la vida y aunque la muerte, que todo parece borrarlo, aún no ronda los patios de nuestra existencia, es inevitable no sentir esa sed imperiosa por dejar huella en esta vida. Un legado en la proporción de la relevancia que nos haya tocado vivir.

Siendo yo de una mente muy opaca, cuando me pongo a dialogar y filosofar con mis amigos que considero de mente brillante, encuentro entre todos ellos un denominador común cuando asimilamos algo irremediable en nuestra esencia humana que es la finitud de nuestras vidas. En medio de tantas palabras que fluyen nos enfrentamos ante una fatalidad biológica que es envejecer, no gracias a nosotros sino a pesar de nosotros, lo cual nos puede llevar a dimitir ante los proyectos de vida más apegados a nuestro diario vivir.

Hoy que corre por la ciudad, no el rumor, sino la certeza de que alguien cuyo rostro no conocemos, intenta sacar una ventaja que aún no ubicamos pero que está ahí latente en lo cotidiano y lacerante en lo futuro. Todo esto con un muy alto precio, a costa de un crecimiento continuo que ya no es, y también a costa de afectar la buena fama de los trabajadores honestos y disciplinados de nuestra amada ciudad. Desde lejos nos tildan de problemáticos. Qué le quedará a nuestra próxima generación cuando ellos vean en el futuro, un presente continuo corrigiendo errores heredados.

Dentro de diez años ¿Cómo calificará la historia nuestro quehacer en este escollo? ¿Qué dirá esa misma historia de Juan Villafuerte, de Jesús Mendoza o de la misma Susana Prieto? Lo que están sembrando hoy con sus acciones será un fruto perenne, el cual perdure a través de las generaciones, o será una triste cosecha que solo traía un beneficio al presente sin considerar al futuro. Son cosas que solo el tiempo podrá definir. Y a pesar de que no es el mejor momento de la historia de nuestra ciudad, tontamente me consuela pensar que no somos Hiroshima justo después de las 8:15 AM del 6 de agosto de 1945 cuando Paul Tibbets Jr lanzó del Enola Gay la bomba atómica conocida como Little Boy. Siempre se puede estar peor.

No he de negar que martilla insistentemente mi cabeza la siguiente pregunta: ¿Acaso una mente malévola, colegiada o individual, ha convertido nuestra ciudad en el laboratorio perverso que pretende sembrar y después cosechar un fruto problemático para que una vez hecho sea diseminado por todo el país? En las letras mi mente es propensa al drama sin pruebas pero con fundamento. Discúlpame querido y dilecto lector, pero cuando en el paro de la embotelladora Coca Cola ubican a un tal Marco Antonio que dice venir desde Mexicali para apoyar este movimiento, no se necesita mucha materia gris para suponer que todo esto es algo orquestado por mentes muy parecidas a las del francés Joseph Fouche y el italiano Nicolás Maquiavelo con un propósito que nada tiene que ver con el bienestar de los obreros matamorenses. La mente brillante pero perversa de Maquiavelo dice que, el fin justifica los medios. En este caso conocemos el medio, los obreros, sospechamos el fin, innombrable.

Si la gente de Hiroshima se repuso de su mayúsculo desastre y horripilante tragedia, claro que nosotros también podremos hacerlo. Nuestra mayor preocupación como matamorenses es la manufactura de seres humanos que amen esta comunidad, y debemos entender que para conseguirlos no contamos con otro modelo que las personas ya existentes, ósea nosotros. Al escribir la presente, viene en forma inevitable el recuerdo de mis hijos, y ciertamente me revolotea en la cabeza mía, la idea de que a nuestros hijos les imponemos muchas cosas, entre ellas su forma de ver y confrontar la vida, y me queda claro que también les imponemos la vida misma, pues ellos no pidieron vivir. Quizá con nuestros muchos errores les condenamos a mucho, pero también al ser el medio para que tengan vida les damos la posibilidad de inaugurar algo con la suya, y espero que ese algo sea no repetir la historia que hoy estamos padeciendo.

Necesitamos vernos a nosotros mismos como una comunidad, obreros, empresarios y ciudadanos en general, a riesgo de que me acuse de iluso, vernos hasta como una familia; y en ese tenor debemos entender que para que una familia funcione positivamente es imprescindible que alguien en ella se resigne a ser adulto, menos de eso sirve muy poco.

En alguna ocasión plasmamos en la presente columna que la etimología de autoridad proviene de un verbo latino que significa “Ayudar a crecer”. Hoy más que nunca queremos esa Autoridad presente en Matamoros.

El tiempo hablará.

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