Diptongos.

Patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás es lo primero. Charles de Gaulle.

Muy querido y dilecto lector te comento con un pequeño toque de drama fatalista que estos días de verano tenían para mí una gracia que han perdido. Por motivos escolares mis hijos se han ido a fortalecer su academia y no hay a dónde arrimar el desgano. Todos lo sabemos, es una época en que prácticamente han terminado las vacaciones y hay que ir a la papelería a comprar los nuevos útiles escolares, cada quien su prole. En algunos casos, los útiles escolares conllevan un cierto nivel de sofisticación por los tiempos que nos ha tocado vivir, pero en forma general hay un bíblico llanto y crujir de dientes por los gastos obligados que este retorno escolástico nos obliga a realizar. Con suma sorpresa veo que ahora los niños estrenan y desbaratan una mochila al año. En mi lejana época de primaria mi madre me obligó a que la mía durara seis. Me pregunto qué tenía mi madre que no tengo yo con mis hijos, son un par de cordiales tiranos y yo beso los grilletes que me atan a ellos. Benditos pos milleniales.

También te confieso que en estos días yo estaba tan dominado por la alegría de disfrutar la presencia de mis hijos que no me daba tiempo para atender en forma contundente mis lecturas del entorno nacional y hoy veo que AMLO recibió la constancia de mayoría y percibo en un buen número de personas, una palabra que tiene diptongo: Euforia. A propósito, sabio, bueno y genio, también son diptongos. Algo que es un hecho definitivo es que estamos frente al presidente más legítimo que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Más de 30 millones de votos es un maremágnum electoral.

Así como las palabras que son diptongo llevan dos vocales unidas, es importante ubicar que en absolutamente todas las democracias hay también dos formas de legitimar al ganador, en este caso López Obrador. La primera es la irrebatible legitimidad que nos dan las urnas y la segunda, quizá más importante, se la dará al, ahora sí, flamante presidente electo el tan anhelado desempeño; aquí es donde pueden venir las dolorosas decepciones. Esperemos que no. La primera ya la obtuvo y es indiscutible, gano por un margen que no daba la más mínima posibilidad para hacer trampa; y esperemos que en la segunda posible manifestación de legitimidad no se nos aparezcan los cuatro jinetes del apocalipsis.

Yo quiero sumarme a la idea de creer que, lo que viene será positivo para nuestro país, pienso que para cambiar los puntos incomodos de nuestra realidad nacional se requiere, además de la indispensable Voluntad ciudadana, así con mayúscula, una invaluable Visión de Estado, así con mayúscula, y no de partido; también de instituciones fuertes, y que AMLO logre la integración de un equipo notoriamente competente y, por encima de todo, comprometido; y aunque suene a ilusión política, la participación patriótica de los empresarios, y no perder de vista la importancia que tiene el desarrollo en ciencia y tecnología que se traduce en conocimiento útil.

A propósito de los niños que van al campeonato de Williamsport, hoy más que nunca cada mexicano pudiera hacer suyo el credo de las ligas pequeñas de béisbol, que a la letra dice: Creo en Dios, amo a mi patria, respetaré sus leyes, jugaré limpio, me esforzaré para ganar, pero gane o pierda, siempre haré lo mejor que pueda. Y esto me lleva a la idea de no seguir cocinando a fuego lento nuestros posibles rencores partidistas. Ese que se inculca con comentarios negativos o amargos en la gente y que se cultivan en las entrañas más que en el corazón y nos han llevado de una crisis a otra para que algunos pocos hagan el melodrama, entendiéndola como aquellas actividades que suplantan a la realidad, pero no para hacerla mejor, sino para acentuar el dolor, la derrota y el sufrimiento. Ya no más de esta sopa tan amarga.

Como ciudadanos démosle alas y poesía al cambio que viene para poder cortar de tajo todos aquellos posibles mantras, como “El que no tranza no avanza”, “La corrupción somos todos” y toda una estela de frases que nos programan para no dejar de hacer las cosas igual que siempre y evitar hacerlas mejor que nunca.

Pero vayamos por partes, en política no se puede querer todo al mismo tiempo, sin fracasar en casi todo. Estamos urgidos los mexicanos de cobijo y cariño por parte de las autoridades que, no se, en qué momento se olvidaron de nosotros los ciudadanos y jugaron a simular que les interesábamos y nos metieron en esa constante espiral de desencantos económicos, políticos y sociales. Esperemos que lo que viene, de veras, de veritas sea bueno no solo en la rebuscada estadística, sino en la vida real.

El tiempo hablará.

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