En la época de pasante de Rubén Montalvo en Control nació un prematuro de 1 kilo 200 gramos en un retrete, hijo de una epiléptica. En su corta experiencia jamás había atendido a un pacientito con esas características. Buscó inmediatamente el manual pediátrico de Nelson para saber a detalle lo que se requería; utilizó botellas de agua caliente, pero entendió que requería una incubadora y le pidió a un ebanista que hiciera una, a la cual le dio calor con dos acumuladores de carro, lo último que supo de este bebé es que ahora de adulto vive en Nueva York.
Es muy importante mencionar que el doctor Montalvo tenía muchas motivaciones para ser cirujano pediatra.
Estuvo trabajando precisamente para presentar el examen de cirugía pediátrica y aún recuerda con asombro la complejidad de esta vocación por todo lo que tuvo que vivir en función de este anhelo profesional y académico que tenía.
Desde que terminó la especialidad de pediatría tuvo la vocación muy acentuada para sumar a su currículum la subespecialidad de cirujano para niños. Con lo que no contaba, y mucho menos consideraba como un enemigo a vencer, era que un sobrino de Diaz Ordaz también quería lo mismo que él. Esa primera vez, en 1965, la asignación se la ganó el sobrino presidencial.
En 1968 volvió a retomar su intención de convertirse en cirujano pediatra, solo aceptaban a tres mexicanos y un extranjero; se acercó al hospital con el doctor Silva Cueva, quien se impresionó gratamente con su biografía curricular y a bote pronto le dijo: “Perfecto, no vas a tener problemas, con este perfil tienes la entrada garantizada”. Este comentario dejó profundamente entusiasmado al doctor Montalvo.
Pasados los días, el mismo doctor Silva Cueva le llamó y le dijo: “Montalvo, te tengo malas noticias”. La respuesta con cierta ansiedad fue: “Dígame maestro, ¿de qué se trata?” Y con evidente tristeza solidaria le preguntó: ¿Te acuerdas de Díaz Ordaz? Cuando el doctor Rubén Montalvo escuchó ese nombre sintió un frío que le paralizaba la existencia, y en la bruma opresiva de la adversidad que presintió, sólo borrosamente alcanzó a decir: “Cómo no me voy a acordar de mi espina en el zapato”.
Con aire de lamentación le dijo: “Pues aquella ocasión que entró aquí, estuvo tres meses y su tío el presidente le dio la dirección de un hospital y se fue, pero ahora trata de regresar”. Y a pesar de que Montalvo sabía que no había mucho que hacer frente a este “Goliat” preguntó con tono de esperanza: ¿Y luego maestro?
Con sentimientos encontrados su tutor académico emitió un diagnóstico frío, puntual y puntilloso: “Pues tú sabes Rubén que la política es política, yo vi tu impresionante currículum, pero no tienes opción con él”. Montalvo no pudo evitar el ceño adusto por la sensación de frustración y decepción que lo invadió, pues no esperaba una segunda embestida académica del mismo personaje. Todo aquello le parecía confuso y por algunos días ese sentimiento continuó embrollándose en su sangre como un ligero vértigo.
Pero el destino tejía fino. A los pocos días fue a cenar con su comadre Martha Ortiz Mena Salinas, quien le había amadrinado a su hijo Rodolfo, hija de Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda y Crédito Público, cargo que ocuparía durante dos administraciones: la de Adolfo López Mateos y la de Gustavo Díaz Ordaz, durante el periodo conocido como Desarrollo Estabilizador. Ella le dijo: “¿Por qué lo veo tan apachurrado compadre?”. Después de que el doctor Montalvo le contó el drama vivido, ella con cierta suspicacia le preguntó: ¿Y si ese sobrino de Díaz Ordaz estuviera blofeando?
Montalvo con incredulidad dijo: ¿Y yo cómo voy a saber? A lo que su comadre Martha Ortiz Mena, con evidente exaltación optimista le respondió: “Usted no pero mi papá sí se puede enterar”. Al escuchar esta respuesta Montalvo sintió que toda esta “casualidad” era el equivalente a la honda de David contra Goliat, había que usarla y sobre todo apuntar bien para ganar esta batalla académica de altos vuelos.
Querido y dilecto lector, en efecto, el sobrino del presidente estaba blofeando y el doctor Montalvo fue remitido al departamento de investigación del IMSS con el doctor Jorge Martínez Manautou, hermano del exgobernador tamaulipeco, quien pidió el expediente del interesado a la subdirección general médica y al verlo le dijo: “Tú vas a entrar, ya no tienes problema”. Y le entregó el oficio para ingresar a la tan anhelada y competida especialidad de cirujano pediatra, de la cual se graduó en junio de 1971, año en que escogió a Matamoros como su residencia permanente y donde ya le esperaban otras vivencias que hoy son historia que hay que contar.
El tiempo hablará.