Lucas, mi mascota. (QEPD).

Querido y dilecto lector, hoy te quiero contar algo muy personal. Es un merecido homenaje a quien compartió conmigo su existencia en estos últimos años. Si las cosas personales del escriba te importan un cacahuate, y si más bien lo que quieres es un recuento de la política y del proceso electoral que estamos viviendo en nuestro país, mejor detén tu lectura y huye a otros espacios.

Hoy quiero contar los pormenores de la biografía canina de mi mascota. Nació en el 2012 como compañía para mi sobrino Memo y fue él, junto con mi hermano Guillermo, quienes decidieron llamarlo Lucas. Hijo de Lola y de Vito. Su madre ya fallecida por un cáncer mamario y su padre aún vive lidiando con una vejez fastidiosa.

Para este relato debo mencionar que mi madre jamás fue amante de los animales. No le gustaba tener mascotas. En una ocasión que los amantes de lo ajeno escogieron nuestra casa para hacer de las suyas en nuestra ausencia, en medio de la zozobra del robo le dije: “Con un perro esto no hubiera sucedido”, ella me respondió: “El día que me muera, si quieres meter un perro en la casa, puedes hacerlo, antes no”. El requisito se cumplió y llegó Lucas al patio de mi casa el verano del 2014.

Un cocker spaniel inglés, noble, leal, sabio y muy afectuoso con los seres humanos que se acercaban a él por medio de mí. Con el paso del tiempo llegó su pareja ideal, Penny, llamada así por mi hija Monserrat. Entre ambos tuvieron crías de las cuales solo recuerdo dos hembras: Toto y Maika.

Puedo describir el semblante canino de Lucas como el de un perro satisfecho con su vida. Dueño, junto con Penny, del espacio grande de un patio que era su universo. No era un perro que ladrara tanto como su pareja pero siempre andaban juntos por un destino que así lo determinó. Su ausencia hoy me resulta extraña, después de más de seis años de despertar y convivir con él. Definitivamente las mascotas forman parte de la familia.

Tanto se echa de menos a ciertas personas y mascotas queridas, que a veces se siente su ausencia como un dolor físico o nostalgia mental que nos remonta a lo cotidiano del trato; en el caso de Lucas extraño toda su anatomía moviéndose para mí desde el momento en que yo salía al patio para hacernos mutua compañía en esta existencia que nos había tocado compartir.

El duelo que llevo por Lucas me induce a filosofar en todo lo que es y no es la vida para todos, y pienso que el problema pudiera ser lo difícil que a veces es morir con dignidad y rapidez, o como luego dicen, que lo mejor es morir dormido sin sufrir, se llama la muerte del justo.

Hoy su ausencia me hace pensar que la edad avanzada en todos los seres vivos es una perturbación de la realidad conocida, cambia el cuerpo y cambian las circunstancias, creo que lo más doloroso es que se va perdiendo el control y se llega a depender de la bondad de otros, y Lucas, mi amada mascota, se murió antes de llegar a ese punto.

Era un perro viejo pero no anciano aún. Me permito entrar en la zona de la especulación existencial que siempre viene después de la muerte. Quizá se estaba debilitando con los años, eso es inevitable; sus huesos debían de estar tan amarillentos como algunos de sus dientes, sus órganos se habrían gastado y sus neuronas estaban muriéndose de a poco en el cerebro, pero ese drama se desarrollaba lejos de mi vista.

Por fuera Lucas se veía pasable todavía y, ¿a quién le importa el aspecto de los órganos si se tienen todos los dientes? He desarrollado la teoría de que para mantenerse sano lo mejor es desdeñar las señales de alarma del cuerpo y la mente y estar siempre ocupado. Su compañía perruna era de enorme valor. Lo acariciaba y le hacia el día. El conflicto permanente con mi hija era si debía estar dentro o fuera de casa. Siempre estuvo fuera, en su patio.

La agonía de Lucas fue breve. Hablar sobre las causas de su fallecimiento es drama innecesario, prefiero la irrebatible idea de que lo único seguro que tenemos al nacer todos, seres humanos y animales, es la muerte inexorable.

Por mis creencias pienso que la muerte no es una separación irremediable. Imagino a Lucas viajando adelantado en el espacio sideral, adonde tal vez van a parar el espíritu de los seres fallecidos, mientras cada uno de nosotros aguardamos nuestro turno para seguirle con más curiosidad que aprensión en esta vida, que a pesar de todos los pesares es hermosa.

Sé que para un agnóstico racionalista y de formación científica como mi amigo Abel, esta teoría presenta algunas fallas fundamentales, pero a mí me sirve de consuelo. Gracias Lucas por tu hermosa compañía mientras duró.

El tiempo hablará.

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