La Caravana. Insensibilidad.

El habitante fronterizo despertó con la modorra dibujada en su rostro y movió el cuello para ver en la obscuridad de su cuarto las líneas rojas de su despertador que marcaban las 5:00 AM. Volvió a cerrar los ojos y entro en su mente en ese juego de opciones de todos los días. Continuar acariciando el sueño en la calidez de su cama o simplemente disfrutar de ese momento tan íntimo que no es estar del todo dormido, ni estar del todo despierto. Ya había dormido lo suficiente así que opto por barajear en su mente los pendientes del día.

Lo primero era levantarse y disfrutar en medio de unos días otoñales los primeros fríos del año. Y claro que los podía disfrutar. Se levantaría y lo primero era asegurarse poder regular la temperatura de su casa con una deliciosa calidez para después preparase un esplendoroso y aromático café que le brindara la grata sensación de seguridad en la fría oscuridad de la madrugada. Pero eso sí, el frío estaba afuera, era un adorno exterior en su vida y por eso podía decir: “Que rico frío”.

Dentro de las certezas básicas en su existencia presente estaba el agua caliente que disfrutaba en la regadera en sus rituales de higiene cada mañana. Sabia sin pensarlo conscientemente donde estaba la toalla que lo secaría y la indumentaria que lo acompañaría y le daría cobijo ese día. Jamás extrañaba su papel sanitario, elemento indispensable en el ya mencionado ritual de higiene matutino.

Para el desayuno tenia opciones. Quizá un licuado verde de verduras, por aquello de los complejos de culpa por los posibles niveles altos de azúcar o de grasa. Pudiera ser una mezcla frugal de frutas que le auxiliaran para mejorar su digestión. O si el hambre era de sustancial presencia, un opíparo desayuno de huevos mezclados con lo que fuere, con sus respectivos frijoles y hasta su salsa muy mexicana, y si ya estaba muy cercano en los linderos de la gula pues de una vez sus respectivas tortillas de harina.

En esa rutina de auto complacencia legitima, pues era algo que no le pedía a nadie y que más bien era producto y consecuencia natural de su trabajo, en su tierra y con su gente; no se percató que era un poco insensible y hasta egoísta al leer en el periódico del día de una caravana de migrantes centroamericanos y con un aire de autosuficiencia pensó: Que ni se les ocurra pasar por mi ciudad a esta bola de delincuentes y desocupados. Su etnocentrismo lo llevo a su pasión por las ideas fáciles y a emitir deliberados juicios xenofóbicos que justificaba del todo pues él era muy mexicano y muy trabajador. Determinó en su mente en forma precipitada que esos hondureños eran ese extraño enemigo que profanaban con su planta el suelo mexicano y que entonces él sería ese soldado que en cada hijo había para defender su nación.

No se dio tiempo para informarse que las pequeñas naciones centroamericanas sufren con sólo que EU no las voltee a ver. La rutina de su comodidad lo llevaba a una ignorancia supina y desconocía que la administración Trump planea darles cuatro golpes simultáneos y devastadores para esta nación: reducir las remesas poniéndoles impuestos, cerrar la puerta a sus desesperados migrantes, deportar a centenares de miles de trabajadores y enviar a miles de pandilleros a países que ya están derrotados por la criminalidad. Una tormenta perfecta.

Pensaba que ese no era su problema y no se daba cuenta que lo que viene es una muy grave implosión social, que si asumimos que no es asunto nuestro y no hacemos nada nos puede salpicar con tintes dramáticos e irreversibles. No entendía que le estaban avisando que ahí viene el lobo, pero a diferencia del cuento, este lobo venia mezclado con un primitivismo, un egoísmo extremo y la ignorancia de muchos ciudadanos como él, que en medio de su cotidiana seguridad asumían que esto de la caravana no era su problema. Todo esto agravado en forma políticamente dramática con la impiedad, el racismo y la irresponsabilidad del liderazgo de la gran potencia del norte.

Urgía hacerle entender que su placida forma de vida no era universal y que había quienes no tenían las certezas existenciales que él si podía tener en su vida. Que las variadas opciones para su desayuno eran antípodas para estas personas, que en Honduras no se contemplaba la más mínima de las opciones en su horizonte de vida. No alcanzaba a ver que en casos como éste, la migración no es algo que se elige, sino algo que apremia y que el migrante no es necesariamente un terrorista o un delincuente como triste y erróneamente se equiparó al combate de la migración indocumentada. No se trata de llevarlos a vivir a nuestras casas, pero tampoco se trata de ignorarlos. Encontremos el punto medio que resuelva este acertijo.

El tiempo hablará.

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