Hoy ando filosófico.

El mes de junio ha fenecido, inicia el de julio en este turbulento año que sigue obstinado en darnos a los seres humanos lecciones de vida inéditas. Ante la experiencia de la pandemia, todas las vivencias tienen una carga de profundidad muy considerable que nos hace percibir las cosas más nimias y comunes como eventos de carácter superlativo; y yo que ando de metomentodo como si fuera un niño, caigo en cuenta que la lluvia, ese agente meteorológico tan común hasta antes de la aparición del Covid, hoy me hace parar mis actividades para observarla a detalle.

La pandemia no solo ha traído contagios y muerte. Verlo bajo esa óptica es pecar de reduccionistas. Tratando de ser positivos para no quedarnos en la medianía de la experiencia podemos asumir que nos ha acrecentado la sensibilidad como seres humanos que somos. Y en ese tenor es válido preguntarnos, sesudo lector, ¿cuántos años más de vida nos quedan? Los que sea que nos queden hay que disfrutarlos.

Somos una generación que no esperábamos estar tan cerca de la muerte como lo hemos estado en el último año y medio de nuestra existencia. Personas queridas que veíamos fuertes y que no contemplábamos una vida sin ellas, simplemente ya no están, y a riesgo de sonar un poco cruel, la vida simplemente continua.

La personalidad catalogada con el galicismo de flamboyante de esos seres a quienes amábamos y quienes se fueron, nos enseñan a ver otra circunstancia de la existencia que es la muerte muy oronda. Los budistas dicen que la vida es un río cuyo fin obligado es desembocar en la muerte. El cristianismo nos enseña modos para quitarle lo inevitable a esa filosofía, aparentemente inexorable.

Quiero expresar, como diría Miguel de Unamuno, a machamartillo, esta flamante palabra para mí, que la lluvia de ayer por la mañana sumada a todas las experiencias de vida, de muerte y de contagio que esta pandemia nos ha traído, hizo que me levantara de mi asiento y saliera a experimentar la grata sensación de escuchar el ruido propio del agua al caer.

Le puedo llamar los diversos ruidos de la lluvia. Uno de ellos chocando desde el cielo contra el pavimento de mi calle, el otro el que hace cuando su puerto final es los árboles de mi casa. Otro ruido diferente pero evocativo a la lluvia aludida es aquel que cae del techo de mi casa. Esa cantidad de agua acumulada que al final fluye en abundancia y termina chocando por la fuerza de gravedad, según Isaac Newton, en el piso que simplemente le recibe y adornan el paisaje de mi existencia tan sensible por una pandemia que no termina de irse.

Ciertas personas decidieron dedicar sus energías a aprender de esta experiencia; a educarse con la esperanza de permanecer libres e independientes en un mundo sometido, a desarrollar hasta el máximo posible todos sus talentos en medio de esta adversidad que nos reta a conseguir la mejor versión posible de sí mismos.

Muchos decidimos iniciarnos en la labor de la inteligencia y las virguerías del arte de la vida, entendiendo que lo único que vale la pena es el aprendizaje que viene de la experiencia. Todos los otros bienes son humanos y pequeños y no merecen ser buscados con gran empeño. Diría Tolstoi que los títulos nobiliarios son un bien de los antepasados. Víctor Hugo agregaría que la riqueza es una dádiva de la suerte, que la quita y la da. El Quijote diría que la gloria es inestable. Dostoievski que la belleza es efímera; y la salud, inconstante.

No olvidemos que la fuerza física cae presa de la enfermedad y la vejez. La instrucción en la adversidad es la única de nuestras cosas que es inmortal y divina. Solo la inteligencia rejuvenece con los años y el tiempo que todo lo arrebata, añade a la vejez sabiduría.

Querido y dilecto lector, con esta pandemia hemos aprendido que la vida nos puede dar sorpresas, pero jamás nos dejará de brindar el aprendizaje que con las experiencias llega a nosotros. La vida y la muerte van siempre juntas, pero hasta ahora nos tocó como generación palpar esa cercanía en forma por demás estrecha.

Válgame lo paradójico de la experiencia; entendamos que la vida es bella a pesar de la pandemia. Sígase cuidando para que al final de toda esta espiral sanitaria podamos contar lo aprendido.

El tiempo hablará.

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