Estridencias

Los hombres gritan para no oírse. Miguel de Unamuno.

Estamos viviendo situaciones desconcertantes y que se están haciendo habituales en nuestras vidas. Eso de retar a la autoridad en todos los niveles no es de bien nacidos. Creo que las dimensiones de podredumbre en lo referente a la corrupción que hemos vivido en nuestro país nos ha llevado, no solo a establecer la moda de criticar a nuestros políticos por todo lo que hacen y no hacen, sino que también corremos el riesgo de faltarles el respeto y llegar al punto de no creerles lo bueno que pudieran suscitar y si creer todo lo malo que de ellos se diga, siempre y cuando sean nuestros adversarios.

La retórica que se ha hecho habitual entre los ciudadanos, y aun entre ciertos periodistas que opinan en redes sociales o en cualquier medio de comunicación es la que lleva cierto grado de violencia verbal o aquella que siembra cierta insidia en aras de una libertad de expresión mal intencionada y mal referida.

Lo de menos es la verdad. Lo que importa es la fama y el número de “likes” que nuestro escrito o comentario pueda suscitar en la audiencia con respecto a cualquier nivel de autoridad, presidente de la República, Gobernador o Alcalde. En este tiempo de hiperconectividad todos podemos opinar y la inmensa mayoría nos va a creer sin verificar.

Hoy está de moda cuestionar a las autoridades. Nada malo con eso, es el bendito fruto de una sociedad democrática. El punto crítico en este caso son las formas. Las masas y los ignorantes asumen que mientras más adjetivos y expresiones estridentes se usen en sus afirmaciones, más apegados a la verdad son. Eso sí, maquillados con una contundencia que hace un comentario aparecer como verdad absoluta.

Haré una observación que más tiene que ver con antropología que con lingüística. El grito verbal o escrito no abona más a la verdad. La palabra estridente como “pendejo”, “idiota”, y todo el arsenal de agresividad que puede haber en una opinión hacia cualquier persona solo es para someter, controlar y manipular a mentes débiles.

No podemos adoptar una opinión por el maquillaje verbal o lingüístico con que se le viste. Decía Maquiavelo que una de las acciones más importantes en toda guerra política es la información, y agregaba también que no debemos olvidar las acciones de desinformación que esta rivalidad propicia entre opuestos. Un elemento valioso de desinformación es la estridencia con que se presenta y la idoneidad del momento en que se dicen las cosas. Los americanos le llaman “Timing”.

Y cuando más óptimo es dicho timing, mayor arrastre en las masas. Acciones en las que lo de menos es que lo que se critica o se afirma es verdad o no.

¿Quién dijo qué y cómo lo dijo? ¿Hay una persona, física o moral ubicada detrás de lo que se dijo? Esto sin perder de vista que nuestra naturaleza humana se deleita con el chisme sin sustento que se dice en contra de nuestros oponentes. Nos gustan las verdades rápidas que no requieran el más mínimo ejercicio de verificación. Bueno, siempre y cuando no sea de nosotros de quien se hagan los comentarios.

En ese mismo tenor, pero en otra línea, tengo un amigo que su retórica se proyecta cordialmente violenta cuando viene a colación nuestras diferencias en lo religioso. Por otro lado, en esa misma diversidad de amistades, conozco una persona que me dice no creer en Dios; nada que no tenga una explicación científica tiene lugar en su cosmogonía.

Le repito hasta el cansancio lo que Dante Alighieri menciona sin estridencias en “La Divina Comedia”:

”Es muy osado tratar de entender lo infinito de Dios con la mente finita del hombre”.

Esta semana en una conversación suave entre amigos, sin que nadie tratara de imponer su verdad, surgió el tema del ateísmo; una dialéctica que podemos catalogar de mística y cientifica. Habrá quien crea de cierta forma, habrá quien no crea de ninguna de las formas. Son lo que podemos llamar posiciones y pasiones enérgicas pero tan diferentes una de otra. Los católicos y los cristianos argumentan que quien cree en Dios está a salvo de esas eventualidades misteriosas.

Por su parte los agnósticos asumen que todo esto tiene su efecto en las mentes débiles, que todo es cuestión de ciencia.

Las personas de hoy están acostumbradas a jugar con las cosas sagradas, que la vida resoluta y la espiritual se llevan tan bien entre sí, y tal pareciera que vivimos una época en que la religión es un exceso y los excesos son una religión.

No sé si aun en el fondo de los corazones hay un poco de vergüenza hacia las cosas humanas y divinas. Así las cosas en este aciago tiempo, en donde la galopante tecnología nos atrapa todos los días.

El tiempo hablará.

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