El hombre es el lobo del hombre.

Homo homini lupus. El Leviatán. Thomas Hobbes.

No puedo pasar de largo en este espacio el tema de lo sucedido en el estadio La Corregidora de Querétaro. Las imágenes dantescas que proyectaron el grado de bestialidad al que puede llegar un ser humano me dejaron helado y consternado. Mi primo Guillermo Mijares me envió una serie de fotos y vídeos que a mi morbo no le alcanzó para verlos todos. Los autores de esta violencia llegaron a esos niveles porque su entorno les da la certeza de impunidad, en su mente no hay a nadie que temer.

Apelo a todas las ciencias que nos estudian como seres humanos para entender este drama que dio la vuelta al mundo, haciéndonos entender que el estado natural del hombre lo lleva a una lucha continua contra su prójimo hasta por las cosas más nimias, ridículas y absurdas. Caín mató a Abel por los disparatados celos que su hermano de sangre le despertaba ante el reconocimiento divino que él no tenía. Desde entonces habita la violencia entre hermanos.

En La Divina Comedia, el italiano Dante coloca en el séptimo círculo del infierno el pecado de la violencia. El francés Rousseau pensaba que el hombre es bueno por naturaleza, pero que actúa como un “ser malo” forzado por la sociedad que le corrompe. Después de lo visto el sábado pasado no es muy complicado no ver el animal salvaje que el hombre lleva por dentro, siendo capaz de realizar grandes atrocidades y barbaridades contra elementos de su propia especie.

Podemos filosofar respecto a la violencia del hombre con las teorías de diversos autores de todo el mundo, pero no solo se trata de entender, sino de encontrar soluciones para que los ciudadanos tengamos la certeza de seguridad que el Estado mexicano debe proporcionarnos, incluso hay para eso la Ley Nacional sobre el Uso de la Fuerza, que la mayoría de los gobiernos rehúyen aplicar por un mal entendido concepto de derechos humanos.

Para entenderlo sin rodeos, de acuerdo al alemán Max Weber el Estado es la coacción legítima y específica. Esto quiere decir que debería ser la fuerza bruta legitimada como «ultima ratio», que mantiene el monopolio de la violencia, suena mejor decir “uso legítimo de la fuerza” para poner orden donde eventualmente algunos ciudadanos ponen desorden.

El mismo Weber avala a Rousseau al afirmar que es de considerar que el hombre puede presentar una conducta buena e intachable, pero también destructiva y egoísta y la autoridad es el poder aceptado como legítimo por aquellos sometidos a ella; en ese tenor el Estado es cualquier comunidad humana que reclama con éxito el monopolio del uso legítimo de la fuerza física dentro de un territorio determinado. Pero el sociólogo alemán aclara que para hacer el uso de la fuerza legítima el Estado debe de ser legítimo ante los ojos de sus gobernados. Ese problema no lo tiene ni Querétaro como Estado, ni la Federación. De esta forma no se debe complicar entender que el Estado es la fuente de la fuerza física legítima y sus principales instrumentos son la policía y los militares.

Querido y dilecto lector, siempre he afirmado que a la Estatua de la Libertad debería anteponerse la estatua de la responsabilidad, para promover ambas en el subconsciente colectivo del mundo. Según Tomás Hobbes, el estado natural de los seres humanos es el de las confrontaciones de unos con otros, generando acciones violentas, crueles y salvajes, como las que vimos en el juego de Los gallos vs Atlas, no hubo freno porque no hay contrapesos en la mente a la libertad de los violentos. Ni siquiera hay noción del uso de la fuerza por parte del Estado; hoy en día se rehúye esa aplicación, y como bien me comentaba un diputado federal de Matamoros: “El monopolio del uso de la fuerza es de los temas centrales para el óptimo funcionamiento del Estado”. No habiendo podido fortificar la justicia, quizá se ha justificado la fuerza.

El principio de entropía dice que como seres humanos evolucionamos del orden al caos. Aplicar la teoría de Max Weber es la solución, pero hoy en día la moda es la emblemática frase francesa: Laissez faire, laissez passer.

El tiempo hablará.

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