Temple de acero. Rectitud de espada. Epitafio.
El pasado miércoles 26 de agosto falleció una gran mujer con enorme capacidad para transformar la adversidad en bendición: La señora Trinidad Garza Rodríguez viuda de Guerra. Va la presente columna como panegírico para brindar un pequeño homenaje a esta vida ejemplar.
Doña Trini nace en 1928, de una familia oriunda de San Luis Potosí, hija de Pedro Garza y Eva Rodríguez, fue la menor de tres vástagos, Eudelia, Miguel y ella.
Los ventarrones de la fatalidad irrumpieron intermitentemente en su vida. A sus 12 años, en 1940, vive su primera experiencia dramática con la muerte de su hermana Eudelia de 18 años, mismo año en que por necesidades de trabajo sufre la ausencia de su hermano, vivencia que en años posteriores recordaba siempre con su madre cuando juntas recogían nostalgias en sus pláticas.
La terquedad de la tragedia la alcanza nuevamente y en 1963 fallece su hermano Miguel de 44 años. Y como si fuera una obstinación mística del dolor el mismo año muere su padre y el siguiente año el dolor la volvería a confrontar con una furia inexplicable.
El 23 de abril de 1956 contrajo nupcias con el empresario y agricultor Rafael Guerra Serna quien en noviembre de 1964 en forma inesperada fallece; entró en la viudez a los 36 años con tres hijos a cuestas, Rafael, Leticia y Sergio, y uno en camino, Miguel. A partir de esa sensación de desamparo, se hizo de un carácter férreo y reservado solo para sus hijos, que se convirtieron en su piso firme y razon de vida.
Cuando su madre le preguntaba retóricamente como le iba a hacer, ella respondía: Tengo mucha juventud; suficiente para salir adelante.
Vivió el drama de la embolia de su madre en 1969, a quien tuvo que cuidar hasta su fallecimiento en 1978. Y para abonar más méritos existenciales, agreguemos la batalla que le gano al cáncer en el 2004.
Una venerable mujer que mostró una entereza admirable para enfrentar las trampas de la vida, y ante la tragedia mostró diligencia y tino; fue optimista y templó su existencia; quien pudiendo ser justificadamente una víctima prefirió ser mamá emprendedora y psicóloga práctica con una caudalosa vitalidad existencial que le permitió salir adelante con su viudez en una época de muchos prejuicios sociales en Matamoros; como el caso del Casino Matamorense que no permitía como socios a mujeres viudas, situación en la que intervino Fernando García Hinojosa para finalmente autorizarlo.
Se desempeñó con mucho amor a esta tierra, bendita para ella, que evocaba en numerosos pasos de sus acciones, por ejemplo el apoyo económico y humano a sus inquilinos con cobros mesurados y a veces incluso sin cobrarles para que tuvieran la seguridad de una vivienda.
Siempre recordó con infinita nostalgia y admiración a su finado esposo. Los ocho años de matrimonio fue estar en la gloria y súbitamente eso cambio; tal parece que en un acto solemne de protección para sus hijos se propuso en ese momento devolverles a ellos esa gloria truncada que efímeramente vivieron con Él.
De ser ama de casa, adoptó la esencia agrícola de su finado esposo y se propuso hacer de los ranchos San Rafael y Santa Teresa una tierra bendita, la mejor y más hermosa de todas las tierras. En medio del dolor afrontó la vida con entusiasmo. Sin arredrarse se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en una viuda labriega con gran don de mando pero también con mucho sentido humano; y claramente entendió que al ojo del amo engorda la vaca, o mejor dicho, fructifican los campos y lo hizo con tanta gloria como provecho.
Fue más que solo madre para sus hijos. Los educó en las labores del campo y así fueron sus socios más confiables. Bajo su mando las cosas que se tenían que hacer, simplemente se hacían. En muchas ocasiones y siempre con la compañía de sus hijos iba a visitar sus tierras cualquier noche de la semana.
Sin pudor alguno por perder el glamour de su casa, usaba la sala de su residencia como bodega para los costales de sorgo o de maíz; y eran Sergio y Miguel los que vivían lo drástico de la precisión en el conteo de la mercancía, pues si les detectaba un error había que volver a contar. Así era la perfeccionista de su madre, una virtud que le permitió ser tesorera y secretaria de la Asociación Agrícola de Matamoros de 1978 al 2005.
Pudo caminar en los ranchos por la senda a cuyos lados se veía hermoso el fruto de su trabajo: el sorgo y el maíz, que con su lozanía y temprana madurez recreaban la vista y le daban a Doña Trini un torrente de satisfacción que le endulzaba la existencia y la llenaba de esa intensa felicidad que la vida le adeudaba. El quiero y puedo peso sobra toda su vida.
Dotada del temperamento recio que esta tierra demandaba, era criticada por usar pantalones, cosa que le tenía muy sin cuidado pues el objetivo era hacer producir sus ranchos más allá del aplauso social, ya que su principal afán fue conseguir un excelente futuro para sus hijos, convirtiéndose con esta decisión en una mujer adelantada a sus tiempos.
Una ejemplar mujer que le sonrió al dolor de la vida y lo supo transformar en bonanza. De estar plácidamente en su casa a estar en la duras labores del campo. Sin duda el epitafio de su vida podría ser: Una vida admirable de resiliencia.
El tiempo hablará.