Cuando los hijos crecen.

La vacación de verano 2021.

Que bueno es el descanso temporal de una actividad habitual ya sea de trabajo o de estudio. En años pasados recuerdo haber abordado el mismo tema con un título parecido; hoy simplemente veo a gente yendo y viniendo de una ciudad a otra para romper la rutina del día a día y con ello sentir la grata sensación del descanso.

Debo confesar que para cierto tipo de descanso no se necesita viajar. La vacación perfecta para mi es en mi casa con el mundo de las letras, ya sean los libros que leo o las palabras que escribo. Muy egoísta. Después de todo, un buen libro puede ser un buen viaje al pasado, a otros países o donde sea que nuestra prolija imaginación nos quiera llevar.

Menciono todo lo anterior, estimado lector, en mi prolongado proemio, porque justamente al momento de escribir esta columna, un tanto envanecido allá en el fondo de mi alma, la emoción me embarga y me invade, pues mis hijos Jorge Isaac y Monserrat vienen en camino de su ciudad de residencia y estudio justamente a pasar la vacación que les corresponde en este verano. Pronostico días de solaz y de guerra, bendito mundo binario que es la familia.

Ellos han terminado lo grueso de su labor estudiantil; pronostico que a su llegada empezaremos con mil menudencias, y por supuesto con mil accesorios. Pero antes debo confesarte algo, sesudo lector, que si eres padre o madre me lo entenderás a pie juntillas. Estoy viviendo la expectación de los hijos a quienes siempre era yo quien iba por ellos a su lugar de residencia habitual y que hoy se han convertido en un par de granujas, entendiendo la connotación que implica los muchachos que vagabundean.

A este par de adorados se les ocurrió crecer con el tiempo. Su madre en el lugar de salida y yo en el lugar del destino de su viaje estamos anonadados, y como coloquialmente se dice tragando camote, lidiando con la inercia de los cuidados acostumbrados de los padres que aman a sus hijos, que obligadamente por el poder de los hechos irrefutables tienen que entender que “los niños”, ya no son niños y se pueden desplazar en carretera sin papá o mamá haciéndoles compañía. ¡Dios mío! ¿En qué momento llegamos a tan monumental independencia?

Fue todo un shock, una experiencia con desfibrilador existencial cuando mi hijo Isaac me dijo: “Papá, ya vamos para allá mi hermana y yo en mi carro”, lo pronunció con tal fuego y sinceridad que yo me quedé entre turbado y alegre, experimentando una conmoción muy singular; después la mamá me llama y me dice: “Los niños ya van para allá”, y yo todo incrédulo y con un sesgo de ironía le pregunto: “¿Cuáles niños?” y ella medio desenfadada me responde: “Tus hijos pues”.

Es altamente factible que el drama íntimo no interesa a nadie, pero te comparto esta intimidad, apreciado lector, para que te veas en este espejo, y si ya lo viviste para que al menos te compadezcas de mí y muy en tu interior me dediques un pensamiento tal como: “Anda Jorge, no es el fin del mundo, nadie se ha muerto por darse cuenta que los hijos ya crecieron”.

Querido y dilecto lector, es obvio que la medida de los dolores y la felicidad está en nosotros mismos; yo pensaba de mí mismo que tenía toda la sangre fría de un viejo abogado, craso error, pues tratándose de los hijos, cuando piensas que ya conoces la vida, la vida misma se encarga de darte una desconocida.

Con esta menuda experiencia me queda claro que los dramas de la vida no estriban en las circunstancias, sino en los sentimientos; se representan en el corazón o, si lo prefieren, en ese inmenso mundo que debemos llamar el mundo espiritual. Creo que todo lo que uno quiere es que los hijos no sean víctima de alguna mala inteligencia.

Debo confesar que me pareció prodigiosa la infancia de los dos, la cual hoy puedo catalogar de eminentemente efímera. Un suspiro en la eternidad. Y hoy, en esta vacación puedo afirmarte que ante el evidente e inexorable avance del tiempo he comprendido que tanto la excesiva felicidad como el dolor excesivo obedecen a las mismas leyes, el amor a nuestra esencia.

Y heme aquí repantigado, esperando a mis hijos que lleguen como si nada hubiera pasado, cuando lo único que pasó y está pasando es la vida misma.

El tiempo hablará.

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