Meditando en la pandemia.

En memoria de Jorge Humberto Castillo (QEPD)

El genio es una larga paciencia. Honorato de Balzac.

El escrito de hoy tiene gran parecido con un panegírico a la humanidad misma frente a una incertidumbre que a todos nos aqueja. Es más bien una apología a meditar en el espacio de tiempo que existe antes de un inminente golpe de vida.

También es la suma de mis meditaciones en esta cuarentena cuando contemplo tres cosas: el ritmo de vida que tuvimos, el paréntesis existencial indefinido en el que ahora estamos y el futuro incierto que vendrá después que esto termine. Por esa razón inicio esta columna buscando esos torrentes de inspiración permitidos.

Querido y dilecto lector, estarás de acuerdo conmigo que la primera lección de esta pandemia es que hay días que nada el pato y otros que ni agua bebe; y eso de que no hay dolor que al alma llegue que a los tres días no se acabe, paso a mejor vida.

Sigue vigente mi aspiración para ser un perfecto periodista o analista como se tiene que ser: cronista de pluma fluida, caudalosa e inagotable, y siempre dispuesto a correr sobre las cuartillas, dejando en ellas un reguero de ideas y frases aportativas y seductoras con el inherente riesgo de parecer soberbio y caer mal.

En ese tenor debo decirte que la fatalidad biológica a la que hoy nos enfrentamos nos lleva a la conclusión de que es obvio que los actos del hombre son siempre simbólicos y declaran impulsos y tendencias radicados en lo más profundo de su ser y en los que han influido la herencia, el medio, la educación y uno que otro factor ambiental, pues hasta el azar influye en cada hombre.

Hoy más que nunca debemos comprender que el influjo de la casa es como un segundo ropaje que tendrá mucho que ver en esta metamorfosis progresiva a la que invariablemente nos llevará esta pandemia.

Más que alojados estamos acampados en esta cuarentena, y pareciera que en el desarrollo de la civilización rige una ley que a los conquistadores por la tecnología le siguen los conquistadores por la biología. Las circunstancias nos obligan a observar cómo reaccionan quienes hoy nos gobiernan para persuadirnos o disuadirnos si también están pensando en nosotros los ciudadanos.

Observando las consecuencias que este minúsculo, desconocido e invasivo virus Covid 19 podemos deducir que va derecho al bulto de la humanidad, coge, cuerpo a cuerpo a la sociedad moderna; os guste o no, nos arranca algo a cada uno: a este la ilusión; a aquel la esperanza; a otros la vida misma.

Podemos decir que metafóricamente diseca y sondea al hombre, su alma, su corazón, sus entrañas y su cerebro, ese abismo que todos llevamos dentro y que hoy estamos obligados por medio de la introspección personal a ver el tamaño de la pantera que nos habita y que a unos nos causa melancolía y a otros misantropía.

Por el lado espiritual pienso que Dios sabe lo que hace cuando pone así a la humanidad entera, cara a cara con un misterio supremo y nos da a meditar la contemplación tan cercana de la muerte como un hecho azaroso, como una moneda al aire que remotamente puede cambiarnos la suerte.

Toda esta espiral de circunstancias que estamos viviendo con implicaciones sanitarias, políticas y económicas me parece la más elevada de todas las lecciones que nuestra generación debe asimilar para trascenderla óptimamente.

Están en juego conceptos determinantes de nuestra existencia, tales como la salud, la vida y el ritmo de nuestros días. La pregunta es si seguiremos iguales, peores o mejores. El iluso e idealista que me habita espera que en el corazón de la humanidad haya austeros y graves pensamientos que nos permita sacar lo mejor de esta vivencia.

Bajo esa premisa esta cuarentena sería más que nuestra noche, nuestra luz. No sería el final, sino el comienzo. Una buena actitud como seres humanos será siempre más fuerte que ese enigma de virus que hoy nos confronta a nivel de una pandemia.

Ante el valor que hoy tienen muchas de las cosas a las que estábamos habituados en forma indolente porque pensábamos que siempre las tendríamos, lo sencillo nos resulta majestuoso y anhelamos el regreso de aquellos días para volver abrazarnos.

Ayer sentí efervescentes deseos por abrazar a mi hija Monserrat. Siempre lo hacíamos y nunca pensamos que en ese rubro de nuestra existencia hoy estuviéramos tan cerca y tan lejos. Lo que hago es construir en mi mente el mejor de los abrazos para cuando todo esto pase y comienzo por el cimiento fundamental de ese próximo abrazo, comienzo por quedarme en casa.

El tiempo hablará.

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