Apología a Don Emigdio García Flores.

Pudiéramos hablar de un pueblo innominado, como el de aquella legendaria afirmación de “un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, en donde se genera la acción de nuestro personaje y protagonista principal: Don Emigdio García Flores; de la manera como al infiltrarse en los negocios a muy temprana edad fue modelando y transformando su vida, creyendo firmemente que su destino no era la de un horizonte inexorable en la pobreza.

Es la historia de un hombre nacido en Matamoros el 17 de junio de 1930 y que la semana pasada celebró su llegada a los noventa años, nonagésimo aniversario (XC). En lo personal, siempre he creído que debemos acentuar y enmarcar las vidas de éxito de los célebres matamorenses que aún viven y que de manera deliberada debemos hacer apología de su biografía con la intensión de novelar sus vidas para que de cierta forma sirvan de ejemplo resiliente, no solo a las nuevas generaciones, sino a todo aquel que necesita de ideas no toxicas para salir adelante, más en tiempos como los de la actual pandemia.

Su padre, Emigdio C. García y su madre Lidia Flores fallecieron y quedo huérfano desde muy pequeño, por esta razón fue educado por su abuela materna, Hermenegilda Flores.

Un hombre que podemos definir, sin la menor duda, de la cultura del esfuerzo, que nada se le dio por casualidad, sino más bien por el tesón y la voluntad. Nació en una familia de escasos recursos pero con el don empresarial tatuado en su existencia, ese era entonces todo su patrimonio. Muchas veces, en su infancia, no pudo pagar las cosas que quería; no le importaba tanto el abismo de su pobreza como su anhelo de salir siempre adelante. A los ocho años de edad, viendo a su abuela lavando ajeno, tuvo que abandonar la escuela primaria para ingresar al ámbito laboral pues el dinero en casa no alcanzaba.

Una forma de hilar el inicio de nuestro personaje es saber que en 1938 su instinto lo llevó al mercado Juárez, el lugar con mayor trascendencia comercial en Matamoros en aquellos tiempos. A esa edad comenzó de bolero, y por casualidades del destino en una ocasión le toco bolear al señor David Castañeda Alba, dueño de un local comercial en el mismo mercado, quien como los buscadores de talento en el fútbol, algo le vio al niño Emigdio, quizá se deslumbro con el resplandor de su inteligencia y entre lo fantástico como lo cotidiano le ofreció trabajo en su negocio.

Y con esa chispa existencial que se les da a los proactivos, así comenzó el éxito comercial de Don Emigdio, quien hacía desde entonces de cada venta todo un acto trascendental. Con ese aire celestial de los inteligentes que siempre parecen andar a través de los sueños.

Y en ese contexto se fue forjando en el negocio de la platería, un trabajo que le permitió desarrollarse en el comercio y las relaciones humanas y que lo obligó de forma autodidacta y empírica a aprender el inglés. Y de esta forma no se permitió nunca disminuir su fuerza de voluntad para crecer, pues sabia de sobra que toda fuerza que se acuartela está perdida.

La etapa temprana de la vida de Don Emigdio nos demuestra que la buena suerte no es casual, sino más bien es producto del trabajo. Y clara muestra de eso es cuando a los 14 años de nuestro personaje el señor David Castañeda se ve obligado a vender su negocio en el Mercado Juárez. La venta sería a favor de los tres mejores de trece empleados.

Don Emigdio no sufrió la ansiedad de la incertidumbre pues no esperaba ser de los elegidos por su corta edad. Y en esta encrucijada de su vida podemos inferir que hubo en él algo que podemos catalogar como un destino de éxito comercial inexorable.

Querido y dilecto lector, en esa ocasión Don Emigdio entendió que nadie podía tener en poco su juventud pues fue de los elegidos porque se le notaba su inteligencia excesiva para las ventas que siempre supo usar sin reservas, amén de que tenía una gracia y una rapidez de replica que no dejaba favor sin agradecer.

A partir de ese momento en su vida, su prestigio de empresario se nutrió de su encanto personal, casi mágico y de una humildad y lucidez admirable para conocer a las personas y a partir de ese talento saber vender.

Don Emigdio García Flores, un hombre que en el trepidar diario que sacudía la vida, le ponía siempre de buen humor para encontrar el camino que lo llevara al éxito que hoy tiene y que es evidente para todos los matamorenses.

Sustentemos con su historia nuestra memoria y no le apostemos al olvido a este personaje que nunca, hasta la fecha, ha perdido el entusiasmo de ser comerciante y matamorense.

El tiempo hablará.

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